
El folclore de tradición oral en La Puebla de Cazalla (I): una aportación de Menéndez Pelayo a nuestro romancero

Hoy en día, nadie duda de que el romancero forma parte esencial de nuestro patrimonio cultural. A pesar de que intelectuales como Caro Baroja denunciaron los prejuicios estéticos que lo despreciaban como literatura de “mal gusto”, estas composiciones han perdurado gracias a su fuerza expresiva y su profunda conexión con el pueblo.
El romancero designa el conjunto de estos poemas narrativos, normalmente en versos octosílabos con rima asonante en los pares. Muchos tratan temas de amor, violencia, religión o sucesos extraordinarios. Su forma los hace fácilmente recitables o cantables. De hecho, uno de los palos del flamenco lleva el nombre de romance, lo que muestra su fuerte arraigo popular.
Durante siglos, se transmitieron principalmente de dos formas: mediante ciegos recitadores, que iban de feria en feria con sus carteles ilustrados, o a través de los pliegos de cordel, hojas impresas que se vendían colgadas en cuerdas. En ambos casos, la repetición hacía que muchos terminaran aprendiéndolos de memoria, facilitando su conservación oral.
“Los romances son la voz de un pueblo que canta su historia, sus miedos y su esperanza con palabras sencillas, pero inolvidables.”
El romancero designa el conjunto de estos poemas narrativos, normalmente en versos octosílabos con rima asonante en los pares. Muchos tratan temas de amor, violencia, religión o sucesos extraordinarios. Su forma los hace fácilmente recitables o cantables. De hecho, uno de los palos del flamenco lleva el nombre de romance, lo que muestra su fuerte arraigo popular.
Durante siglos, se transmitieron principalmente de dos formas: mediante ciegos recitadores, que iban de feria en feria con sus carteles ilustrados, o a través de los pliegos de cordel, hojas impresas que se vendían colgadas en cuerdas. En ambos casos, la repetición hacía que muchos terminaran aprendiéndolos de memoria, facilitando su conservación oral.
En nuestra localidad contamos con una valiosa obra: El romancero. Tradición oral moderna en La Puebla de Cazalla, del profesor Juan Pablo Alcaide Aguilar. Recoge 47 romances, recogidos entre vecinos de distintas edades. Es una prueba viva de que este tipo de literatura sigue latiendo en juegos, cantos y relatos del día a día.
Pero hoy queremos compartir dos romances no incluidos en esa recopilación, rescatados por Marcelino Menéndez Pelayo a partir de manuscritos del erudito ursaonense Francisco Rodríguez Marín, profundo conocedor del folclore de nuestra comarca.
Este romance llamado “La muerte de Carmela”, lleno de dramatismo, gira en torno al parto de una joven, la indiferencia de su suegra, la reacción del esposo y un trágico final. He aquí el texto completo:
Carmela se paseaba — por una sala adelante,
con los dolores de parto, — que el corazón se le parte.
—¡Ay, Dios mío, quién tuviera — una sala en aquel valle,
y por compaña tuviera — a Jesucristo y su madre!
La suegra que la escuchaba — que era digna de escucharse:
—Carmela, coge tu ropa; — vete a parir en casa de tu madre;
si a la noche viene Pedro, — yo le daré de cenar;
si me pide ropa limpia, — yo le daré para mudar.
A la noche viene Pedro: — ¿Mi Carmela, dónde está?
—Carmela está con su madre; — que me ha tratado muy mal;
que me ha puesto de tunanta — hasta el último linaje.
Monta Pedro en su caballo — con su mozo por delante;
a la salida del pueblo — se ha encontrado a la comadre.
—Bienvenido seas, Pedro; — ya tenemos un infante;
del infante gozaremos; — de Carmela, Dios la salve.
—Levántate, mi Carmela. — ¿Cómo quieres que me levante?
De dos horas de parida — no hay mujer que se levante.
—Levántate, mi Carmela, — no vuelvas a replicarme.
Se ha levantado Carmela — con su mozo por delante;
han andado siete leguas — uno y otro sin hablarse.
—¿Por qué no hablas, Carmela? — ¿Cómo quieres que te hable,
si los lomos del caballo — van bañados en mi sangre?
—Confiésate, mi Carmela; — que a mí me confesó un padre,
que detrás de aquella ermita — hago intención de matarte.
Las campanas de aquel pueblo — ellas solas se combaten.
—¿Quién se ha muerto, quién se ha muerto? — La princesa de Olivares.
—No se ha muerto, no se ha muerto; — que la ha matado mi padre,
por un falso testimonio — que han solido levantarle.
Una abuela que yo tengo, — reviente por los hijares.
—Me espanta que hable este niño — tan chiquito y de pañales.
Este segundo romance llamado “El crimen del niño” trata un tema igualmente trágico: el asesinato de un hijo y su revelación sobrenatural durante una comida. De nuevo, el tono es crudo y directo, típico de este tipo de relatos:
Un padre tenía un hijo — y le cuenta lo que pasa:
—Escucha, padre querido, — escucha, padre del alma,
que la fiera ha entrado en casa — y se ha acostado con madre
en su regalada cama.
El padre no hacía caso — de lo que el niño le hablaba;
se le ha ofrecido un viaje — de Cádiz para Granada,
por una poca de seda — de aquella más encarnada.
Mientras que el padre fue y vino — al niño lo degollaba,
con un cuchillo de acero — que le traspasaba el alma,
y le sacaba la lengua — y a los perros se la echaba;
los perros son tan humildes, — del suelo no la levantan.
De las entrañas del niño — hizo una gran cazolada,
para cuando viniera el padre — el lunes por la mañana.
Al otro día temprano — el padre a la puerta llama,
lo primero que pregunta — por su hijo de su alma.
—Siéntate, Francisco, y come, — que el niño en la calle anda
y como es tan pequeñito, — en los mandados se tarda.
Echando la bendición, — la carne en el plato habla:
—Detente, detente, padre, — que comes de tus entrañas;
que esta madre que yo tengo — merecía degollarla
con un cuchillo de acero — que le traspasara el alma.
Oyendo la madre esto — se ha encerrado en una sala,
llamando al demonio a voces — que la saque de su casa.
El demonio es tan astuto — que tras la puerta esperaba:
—¿Qué quieres, mujer de bien, — que tan aprisa me llamas?
—Que me agarres por los pelos — y me arrastres por la sala
y me lleves al infierno, — que allí penará mi alma.
La ha agarrado por los pelos, — la ha arrastrado por la sala,
cuando vino la justicia — se halló aún cuerpo y alma,
en una sarta de pimientos — donde ella se recreaba,
en una sillita chica — donde el niño se sentaba.
Con estos dos relatos abrimos una nueva sección en el Blog Morisco, dedicada a la literatura oral: romances, coplas, cuentos y leyendas que han pasado de boca en boca y forman parte del alma de nuestra tierra.
Como escribía Caro Baroja, estas piezas reflejan las pasiones más humanas y populares, muchas veces incomprendidas por críticos o moralistas, pero esenciales para conocer el sentir profundo de un pueblo.
Gracias, como siempre, por acompañarnos.
0 Comments
by Juan
Esto del romancero está muy bien, pero leyéndolo se me ha venido a la memoria que, en La Puebla cuando yo era un niño más de una vez ví en la puerta de la plaza cantando aquellas cosas que más bien eran sucesos acaecidos de bastante importancia como por ejemplo la vieja la hacha, cuando mató a su marido y otros sucesos de igual o parecidas circunstancias que más bien me ponían la carne de gallina y a su término de la canción que era cantada por varias personas, nos vendían unas especies de cuartillas con las letras y creo recordar que algunas personas las compraban. Estas personas me parece que venian de fuera y eran parecidas a los charlatanes cuando llegaba la feria que se le hacía un corro y allá se veía a aquel hombre el querer venderte todo lo que llevaba, pero éstos eran más divertidos y te hacía reír, al, contrario de aquellos cantantes que te ponían más bien triste de aquellos asesinatos y cosas por el estilo.
También al leerlo, se me ha venido a la memoria la manera de escribir que tenían por entonces que, para hoy parece ser que fueran faltas de ortografía, pero que por entonces no lo era porque el lenguaje era muy diferente al de ahora, aunque me supongo que algunas palabras no serían las correctas y pienso que por lo poco leidos que eran por entonces. Y ya pensando en aquella época de que eso sería así, hoy día pasaría igual por ejemplo con nombres propios y ahora me refiero al apellido Ortí, que he conocido a otros por Ortín y a otros por Ortiz y me da la impresión que cada uno lo escribía a su manera o, siendo analfabeto se lo decía a una persona que lo escribiera y ésta lo pondría a su manera de entender. Y eso me parece que es así, porque recuerdo una vez que vinieron a La Puebla para hacer el carnet de identidad y al preguntar cómo se llamaba uno, aquellos escribientes lo interpretaban de una manera porque de hecho no preguntaban nada más y cuando ya estaba hecho el DNI, el daño ya estaba hecho. El apellido había cambido. Y eso me ha ocurrído a mí en alguna ocasión pero yo tenía la costumbre de deletrar mi apellido Pazos, pero algún hermano mío no, y entonces hemos tenido que ir a cambiarlo porque unos habian puesto Pazo, otros Pozo y otro Piso. Años más tarde, eso no ocurría porque la persona tenía que rellenar un papel, pero se daba la circunstancia de que el que era analfabeto se lo tenían que rellenar y ahí otra vez podría pasar. Sea como fuere, cuando uno lee un texto de aquella época, muchas veces no se entiende muy bien su significado tal como hoy día. Y ahora estoy recordando algunas lecturas de Quevedo y Cía, y me cuesta trabajo el comprenderlas por lo que, a veces he dejado de leerlas. Y, si más antiguo, menos aún.
by Juan
Siguiendo con el comentario anterior, otro nombre que nos ponían y éste muchísimas veces es el de Paso, por lo que se había de tener mucho cuidado porque de hecho se euivocaban muchas veces. Otra era que al pronunciar Pazos y comernos la s final era también síntoma de que te podían cambiar el apellido, por lo que, aunque parezca mentira este apellido ha sido siempre para nosotros un tema de mucho cuidado y, como digo aunque parezca mentira y además por ser muchos hermanos que ésa es otra. Y no es que te lo cambiaban en La Puebla, sino también aquí en Cataluña. Menos mal que todos nos pusimos de acuerdo cuando teníamos que hacer algo oficial, porque si no, no se terminaba nunca con el papeleo de tener que cambiarlo. ¡Increible!
by Juan Pablo Alcaide Aguilar
No puedo tener más que palabras de agradecimiento al autor de este interesantísimo artículo que nos muestra unas nuevas joyas de nuestro Romancero, cargadas de belleza, de calidad y de un estado de conservación admirables. Lástima que versiones como estas (de tan extendidos y tan ciertamente truculentos romances como son “La mala suegra” y “La infanticida”, respectivamente) sean tan difíciles de encontrar hoy en día en tan maravilloso estado de conversación como las que el sabio autor de este artículo nos muestra (¿será ello muestra de la que se ha venido en llamar “la eterna agonía del Romancero”?)
En nuestra comarca solo conozco de primera mano alguna versión truncada de “La mala suegra” en la localidad vecina de Arahal y otras mejor conservadas de “La infanticida”, en Paradas y Arahal, que no llegan a la calidad de estas tan genuinas y completas versiones que nos muestra el autor de este articulo.
Enhorabuena por este estudio y también a todos aquellos que en este blog publican.
Gracias y enhorabuena,
Juan Pablo Alcaide.